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MANUEL MÉNDEZ GUERRERO (Comisario)
"BARROS Y LOCERAS EN EL UNIVERSO MÁGICO DE LA ALFARERÍA LENCA” Manuel Méndez En el extenso y rico panorama
artístico hondureño, destaca el arte lenca, muestra por excelencia del
devenir cultural de un pueblo con arraigada tradición alfarera. La
producción artesanal de los diversos utensilios y objetos vinculados al
uso ceremonial, religioso y doméstico, a los alimentos tradicionales y a
la leña, nos descubren el corazón mismo del sentimiento popular lenca. El pueblo lenca, que se
asienta, principalmente, en el sur, centro y occidente de Honduras
(Departamentos de Lempira, Intibucá, La Paz, Valle y Comayagua),
conserva, a pesar de la aculturación, sus valiosos rasgos sociales y
culturales prehispánicos y pervive inmerso en los mitos y creencias de su
universo mágico. En las aldeas y caseríos, las
loceras (nombre popular de las alfareras) lencas se enlodan (trabajan) con
el barro (arcilla) de la Madre Tierra, como lo hacían sus antepasados,
creando hermosos comales, cántaros, tinajas, vasijas, jarros, búcaros,
incensarios, ollas, tamaleras...Utilidad y creatividad en perfecta
simbiosis para una producción que se destina al autoconsumo o al pequeño
comercio. Las esforzadas y tenaces
loceras lencas, además de ocuparse de los quehaceres domésticos, de las
faenas agrícolas (en sus trabajaderos de la montaña) y de la cría de
animales domésticos, trabajan la loza (vasijas) generalmente en su propia
vivienda, compartiendo un espacio importante con enseres, animales domésticos
y otros productos propios de la labor. El resto de la familia coparticipa
en la actividad, encargándose de la extracción de la arcilla, de la
obtención de leña y agua, del transporte y posterior venta del traste
(vasija en general) en el mercado, pueblos cercanos y ferias.
En Honduras existen numerosos
centros alfareros lencas que destacan por su calidad, creatividad y
producción, tales como La Arada (Valle), San José de Guajiquiro (La
Paz), Cofradía, San Lucas y Cacauchaga (Intibucá), Porvenir y Yarumela
(Comayagua) y La Campa (Lempira) entre otros. Gracias al apoyo del
Programa de Rescate y Promoción de la Producción Artesanal Indígena y
Tradicional de Honduras (PROPAITH), del Instituto Hondureño de Antropología
e Historia, de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) y
de otras instituciones nacionales e internacionales, diversos centros
alfareros lencas han logrado rescatar y aplicar a su producción artesanal
diversas técnicas milenarias. Además, han desarrollado, con notable éxito,
nuevos diseños inspirados en la rica y variada cerámica lenca prehispánica.
Tradición y modernidad en el arte alfarero lenca. Barros y
loceras En uno de los más antiguos
centros alfareros lencas, localizado en el municipio de La Campa
(Departamento de Lempira) y famoso por sus ollas, cántaros, comales y
jarros, se encuentra el barral o mina de barro El Ciprés, donde las
loceras se afanan, en los sitios especialmente escogidos (de la calidad de
la arcilla depende del éxito de sus trabajos), en chuzear (extraer) con
el huizote (palo puntiagudo) el barro blanco (arcilla color gris claro),
localizado en las capas superficiales, y el barro negro (arcilla color
gris más oscuro), en las vetas más profundas. Guiadas por antiguas
tradiciones, evitan acudir al barral estando enfermas o con la menstruación,
así como chuzear el preciado barro tanto el domingo (por ser día del Señor)
como el jueves (por ser día del cipotillo o duende, quien cuida el
barral). No hay que enojar al barro Una
vez que extraen los terrones de arcilla, los colocan sobre cueros y los
asolean (los dejan secar al sol). Cuando están secos, los machucan
(trituran) y en grandes ollas de barro, con agua limpia de río, los
agrian (remojan) durante varios días para mejorar su plasticidad. Y para
evitar que el barro se “enoje”, lo manipulan con especial esmero pues
como comentan las loceras “hay que tener la misma estimación que a un
cristiano para que salga bien, para que no se enoje (…)”.
Del
cerro Sanjuanero, las loceras extraen la arena (arcilla arenosa de color
amarillo), un desgrasante que posteriormente asolean y muelen hasta
convertirlo en polvo. Una vez tamizada y sobre un cuero depositado en el
suelo, la mezclan con el barro en proporciones variables según el tipo de
loza que vayan a fabricar. Si es loza blanca, a proporciones iguales, y si
es loza colorada, la cantidad de arena es menor. Descalzas, con el pie
derecho, patean (amasan) durante unos minutos el desgrasante y la arcilla
hasta conseguir una pasta homogénea. A continuación, toman una pequeña
porción del nuevo barro y con la lengua verifican si está de punto
(suficiente arena). En caso afirmativo, envuelven la loza obtenida tras la
extenuante pateada en el cuero formando un pilón o chorizo de barro y la
dejan reposar unos días pues en opinión de las artesanas “así duran más
los trastes”. Tajadas
del pilón y comales Para elaborar los comales (disco redondo, ligeramente cóncavo, utilizado para hacer tortillas de maíz), las loceras cortan tajadas del pilón y encima de un tablero, recubierto de ceniza o arenilla colorada para evitar que se pegue, preparan, con la ayuda de una piedra redonda y plana que cabe en una mano, tortillas de barro aguado (menos consistente que el que se utiliza para los cántaros y las ollas). Con la palma de la mano y un olote (mazorca de maíz sin granos), extienden en el molde (un canasto cóncavo relleno de carbón y cubierto con hojas de plátano) una fina capa de tortilla hasta los bordes (los comales de La Campa son precisamente famosos por el fino espesor de su base ya que así se calientan más rápidos). A continuación, paran las paredes (se preparan los bordes del comal) y los alisan en verde (es decir, con la vasija aún húmeda) con una piedra de canto redondo o con palitos lisos de ocote (especie de pino) y los dejan a la sombra a macizar (endurecer) unas cuantas horas. Cuando puntean (comprueban) que el barro está en su punto, colocan las dos asas anulares (en forma de arco) y raspan (afinan) los bordes del comal con una pequeña cuchara de jícara (fruto globoso de corteza dura). Una vez finalizada la raspada, embrocan (ponen boca abajo) los comales encima de otro canasto colocado también boca abajo.
Previamente a la quema (cocción de las vasijas), las loceras decoran las vasijas con engobe rojo (pasta líquida hecha con tague o arcilla roja). Si se trata de loza colorada (más refinada y utilizada como adorno, para uso ceremonial, para la conservación de alimentos o para almacenar agua), bañan la loza en engobe rojo. Posteriormente, las alujan (bruñen) con semillas de frutas, trozos de huesos o con una piedra. Sobre el engobe rojo, trazan, con la mantequilla del barro (una barbotina o pasta líquida elaborada con barro negro, ceniza y tierra blanca conocida como tiza) y utilizando ramitas, plumas de aves o pinceles caseros con notable maestría y espontaneidad, diversos dibujos florales, geométricos y zoomórficos. La loza blanca (de acabado más sencillo y sin engobe rojo, utilizada para cocinar) es decorada de forma más austera, simplemente para encubrir su blancura. En el caso de los comales, las loceras de La Campa extienden en su interior una fina capa de engobe rojo (la superficie lisa y vidriada permitirá una mejor limpieza y evitará que se peguen las tortillas), y con las manos aún impregnadas en el engobe, decoran el exterior de toda la loza elaborada, trazando con sus dedos sencillas y artísticas líneas onduladas en paralelo o en espiral abierta (en formas de caracol), o estampando en el asiento (fondo) de las vasijas sus propias manos como rúbrica o sello de su hermoso trabajo.
Las loceras de La Campa,
perpetuando costumbres prehispánicas, queman sus vasijas al aire libre,
sin horno. En invierno, cuando la quema es más delicada, cubren un trozo
de suelo con hojas de plátano verde y extienden encima una capa de tile
(carbón), donde colocan boca abajo las vasijas previamente asoleadas y
las acuñan con tetuntes (3 piedras) o pedazos de tejas y vasijas
viejas (los comales los colocan de pie y en medio de las vasijas grandes).
Cubren el cerro de vasijas con abundante leña y concha (corteza) de ocote,
y encienden la pira. Cuando observan que la loza ha cheleado
(cuando la vasija adquiere un color rojo encendido como brasa) dan por
finalizada la quema. Con una vara, desbrazan (apartan) la leña
carbonizada evitando manchar los trastes y sin tocarlos, los dejan
enfriar. Un ritual milenario y creativo. Expresión genuina del universo mágico de los lencas, fieles a sus tradiciones, fusionados con la tierra y con las fuerzas espirituales. Un viaje repleto de sentimientos y emociones. Bibliografía - Foletti, A. (1989), Alfarería lenca contemporánea de Honduras. Tegucigalpa: Editorial Guaymuras. -
Foletti,
A. (2004), Viaje por el universo artesanal de Honduras. Tegucigalpa:
Instituto Hondureño de Antropología e Historia. -
Instituto
Hondureño de Antropología e Historia. (2001), Tesoros de la Honduras
Prehispánica. Guía exposición Tesoros de la Honduras Prehispánica.
Tegucigalpa: Instituto Hondureño de Antropología e Historia,
Secretaría de Cultura, Arte y Deportes. FOTOGRAFÍAS DE LA EXPOSICIÓN: ALBERTO PAREDES
CASA DE CANTABRIA - MADRID Dña. María Pilar Pezzi, Presidenta Casa de Cantabria. Dña. Leila Odeh de Scott, Embajadora de Honduras en España. D. Manuel Méndez, Comisario de la Exposición. D. Norberto Albaladejo, Director del Festival de Arte Sacro Comunidad de Madrid (de izq. a dcha.)
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